De Roma a Coltauco
Los orígenes de nuestra historia trascienden las fronteras del océano Pacífico, para llegar hasta la vieja y significativa Italia. Allí vivía el obispo Tomás Reggio, quien se convertiría en el fundador de la Congregación Santa Marta. Fueron estas religiosas las que, el año 1948, se atrevieron a dar el salto desde Roma a Chile. Y luego, en 1953, a Coltauco.
La hazaña vinculó dos voluntades, igual de altruistas y generosas. Por un lado, las religiosas y, por otro, doña Amada Sofía García. Fue esta mujer que, preocupada por la promoción humana y espiritual de las jóvenes de su querido Coltauco, escribió: «Encargo a mi heredero la fundación de una obra pía, que se denominará ‘Amada Sofía García’. Tendrá por objeto crear, mantener y desarrollar en el pueblo de Coltauco una Escuela de Niñas en la cual se dé a las educandas una sólida formación religiosa en la fe católica».
En sus inicios, la obra fue dirigida por el presbítero don Ramón Lecaros Maldonado, párroco de Coltauco. En su gestión formó una «Junta de Vigilancia», compuesta por Guillermo Vial Ovalle, Eleodoro Arce Acuña, Pedro Osorio Acevedo y Manuel Vial Echeñique. La primera sesión de esta junta se celebró el día 10 de octubre de 1951, para rendir homenaje a su benefactora recientemente fallecida, doña Amada Sofía García. Desde entonces se empeñaron en la fundación de la Escuela. El primer desafío fue encontrar religiosas que asumieran la dirección de la obra. Y es aquí donde esa voluntad primigenia se cruza con la vocación educadora de la Congregación Santa Marta.
Las gestiones las dirigió don Ramón Lecaros en conjunto con el obispo Eduardo Larraín Cordovés. Este puso especial interés en la búsqueda y elección de las religiosas. El hecho se concretó dos años después, el 18 de febrero de 1953.
Ese día llamaron a reunión para anunciar la llegada de las religiosas de la Congregación de Santa Marta, programada para el domingo 22 de febrero del mismo año. Con ellas, en marzo de 1953, comienza la historia de la nueva Escuela.
Como era de esperar, las primeras religiosas que asumen el trabajo pastoral y educativo de la reciente obra son de origen italiano. Sus nombres quedaron grabados en la historia de la Congregación y del Colegio: Sor Lucía Chiappe Zolezzi, Sor Lucilla Ornaghi Mauri y Sor Luciana Arquechetti Bonometti. Según una crónica de Sor Luciana Archetti, refiriéndose al día en que llegaron a Coltauco, sabemos que era una mañana luminosa del domingo 22 de febrero. Llegaron a las 12:00 h a la estación de ferrocarriles de Coltauco. Y fueron recibidas por la Banda Municipal.
Estaban presentes en el recibimiento, el Pbro. Ramón Lecaros, autoridades municipales y educacionales, destacando la presencia de la Sra. Berta Zamorano, que en ese momento era la representante del «Departamento de Educación de la Comuna».
Desde el primer día, esta obra contó con un número significativo de alumnas que aspiraban a recibir la formación cristiana, humana y académica ofrecida por las religiosas. De hecho, era el único colegio con un proyecto educativo tan singular, y hasta la fecha lo sigue siendo. El ‘Amada Sofía’ es el único colegio de Iglesia en la zona.
Luego de tres años de fundación, y dadas las necesidades de la época, se dio inicio a la Escuela Técnica Femenina, con el aporte generoso de la Junta de Vigilancia. Así se dotó a la Escuela de cinco máquinas de coser, las que ayudaron a mantener por varios años este tipo de formación. Gracias a ello, varias exalumnas gestionaron sus propios emprendimientos de costura y bordado. Luego, con la Reforma educacional comenzada en Chile el año 1965, el colegio se vio obligado a modificar su plan de estudios y malla curricular. Desde el año 1967 solo ofrecía enseñanza básica científico-humanista, hasta el sexto año. De este modo, se puso término a la educación técnica en el colegio.
La citada reforma educacional incentivó la continuidad de estudios en la población chilena. Y eso repercutió también en nuestro colegio. Pues las familias insistieron en la apertura de matrícula para varones. Y también en la continuidad hacia la enseñanza media. Lo primero se concretó en el año 1997. A partir de entonces, el colegio abre sus puertas a los niños de la Comuna, dando con ello un importante paso hacia el nuevo espíritu inclusivo que comenzaba a imperar en la sociedad y educación chilena. El segundo anhelo, la enseñanza media, tardaría varios años más en verse concretado. Por ahora, con el ciclo de enseñanza básica completo y una creciente demanda de matrícula, el colegio se proyectaba como una obra educativa de Iglesia sólida en la Comuna y en la región.
Cierre y continuidad
No obstante el prestigio del colegio, y luego de 61 años de existencia, el 2014 la comunidad recibió una desconcertante noticia. El Establecimiento cerraría sus puertas en dos años más, es decir, al concluir el 2016. El hecho fue dado a conocer de modo oficial a los padres y apoderados por la Congregación Religiosas de Santa Marta. Entre las razones que explicaban esta decisión, se dijo: «Cada año disminuye el número de religiosas, muchas son de la tercera edad y el ingreso al noviciado ha sido escaso. A esto se suma que la matrícula ha bajado en los últimos años, lo que hace difícil sostener económicamente el colegio, y que las crecientes exigencias pedagógicas y administrativas dificultan entregar la educación de calidad que quisieran». Al concluir, las religiosas añadieron: «El cierre será paulatino».
Por tal razón, el 2015 ya no se matricularían alumnos nuevos, ni se abriría proceso de inscripción para pre kínder. Se sugirió, además, que los apoderados comenzasen a buscar otro colegio para quienes cursaban séptimo y octavo básico. Pues en marzo de 2017 el colegio no volvería a abrir sus puertas. Jamás.
Sin embargo, la Divina Providencia tenía otros planes.
Algunos apoderados aceptaron la decisión de la Congregación, que por supuesto era discernida y justa. Y aunque con tristeza, de inmediato buscaron matrícula para sus hijos en otros establecimientos. Jamás sería lo mismo, pero ¡qué alternativa tenían a cambio! Ninguna. Y algo similar ocurrió con los profesores. No obstante, y a pesar del abatimiento, hubo quienes abrigaban la esperanza de evitar el cierre. Se aferraron a lo que entonces parecía una ilusión. Era apenas un puñado de personas sin mayores influencias, intentando resistir a lo inevitable. Transitaron cada uno de los caminos que la lógica y los escenarios legales de la época les mostraron. En todos ellos fracasaron. Al cabo de un tiempo solo les restaba confiar en la Providencia divina. Después de todo, ¿qué otra cosa podían hacer más que fiarse del Dios a quienes las religiosas les habían enseñado a reconocer y amar?
La entonces directora del establecimiento, Sor Ana María Acevedo, se sumó también a las rogativas y gestiones de los apoderados para dar continuidad al colegio. Esto no es simple cuando tienes el corazón dividido. Por un lado, ella quería obedecer a sus superioras y, por otro, hacer cuanto estuviese en sus manos para mantener en pie a esta comunidad educativa. No obstante, a esa altura ya era poco lo que podía hacer.
En ese tiempo, el Pbro. Humberto Palma Orellana era capellán del colegio y asistía a él una vez por semana. Fue en esas visitas cuando Sor Ana María comenzó a insistirle, casi en forma secreta, que hablase con el obispo diocesano, Monseñor Alejandro Goic, en la esperanza de que él «pudiese hacer algo».
El día de la inauguración del edificio de enseñanza media, el padre Humberto recordó aquel momento: «Acepté hacerlo. Y cuando lo hice, él (el obispo) me miró con su habitual simpatía y se encogió de hombros. Ese día me enteré de que, desde hacía ya meses, varias personas habían golpeado a su puerta pidiendo que intercediera para evitar el cierre, o que el obispado comprase el colegio. Ambos sonreímos. El obispado no tenía un peso para adquirir una propiedad de tal envergadura. Eso estaba claro, pero, aun así, me atreví a insistirle en que debíamos hacer lo posible e imposible para impedir que esta obra de Dios, que es la preclara presencia de Iglesia en la zona de Coltauco, llegase a su fin. Al menos deberíamos dejar los pies en la calle. «Si el colegio cierra —le dije—, le aseguro que ninguna otra congregación llegará allí, y esas familias perderán un valor de formación que no encontrarán en otro lugar si no es migrando fuera de la comuna. Y los pobres no están en condición de hacer eso». Él lo sabía muy bien, mejor que yo.».
Apelando a su experiencia y competencias en el mundo de la gestión educacional, Monseñor Goic encomendó al Pbro. Humberto Palma Orellana iniciar gestiones ante las autoridades regionales del Ministerio de Educación a fin de dar continuidad a esta obra educativa. Solo tenían un par de meses para tomar una decisión. Había muchas preguntas y dudas, también temores y una que otra certeza.
Gracias a estas gestiones, desde el año 2017 el Obispado de Rancagua asumió la administración del Colegio Amada Sofía García de Coltauco, a través de una fundación de ese mismo nombre. De esta manera se evitó su cierre, luego de que las religiosas de Santa Marta manifestaran la imposibilidad de seguir manteniendo este establecimiento.
Cuando el Obispado decidió hacerse cargo del colegio, había una matrícula de 180 estudiantes. El proyecto solo sería viable si se llegaba a un total de, al menos, 300. Ese fue el primer salo de fe. Cuando la nueva administración abrió matrículas para el 2017, los cupos se llenaron de inmediato.
El 06 de marzo de 2017, y luego de gran expectación, llegaron 330 estudiantes a su primer día de clases. Desde entonces, la demanda por matrícula no ha cesado jamás.
El camino a la enseñanza media
En diciembre de 2016, monseñor Goic, junto al Padre Humberto Palma, ya nombrado nuevo rector del colegio, se reunió en asamblea con los padres y apoderados para oficializar la nueva propuesta educativa. En la oportunidad, las familias presentes expresaron un anhelo de años, prácticamente desde que las religiosas llegaron a la comuna: contar con enseñanza media. Aquel llamado marcó el inicio del tercer gran capítulo en esta historia.
Esos apoderados hicieron ver las indecibles dificultades que encontraban para seguir dando a sus hijos una formación en valores cristianos y solidez académica, que les permitiesen una vida en igualdad de oportunidades. Si querían un proyecto semejante, debían emigrar a otras comunas o viajar a ellas todos los días. Eso implicaba un costo económico y desgaste humano que la gran mayoría no podía permitirse. Y entonces no tenían otra alternativa que resignarse a lo que la comuna les ofrecía. El punto de discrepancia no era específicamente lo académico, sino el valor agregado de un colegio de Iglesia como el Amada Sofía.
Ese mismo día, monseñor Goic y padre Humberto se comprometieron con la gente. Iniciaron, así, el largo camino hacia la enseñanza media. Si era proyecto de Dios, él conduciría la marcha y llegarían al final de la carrera. Fue por eso que en este itinerario asumieron a San Pablo como Patrono de la comunidad educativa. ¡Quién mejor que él, el Apóstol de los mil viajes!, para acompañarlos en la marcha. Pero no existe una buena historia si acaso en el viaje hacia «la cueva del dragón» faltan oponentes, ayudantes y miedos. Aquí hubo de todo eso y más.
Algunas personas dijeron que el proyecto era absurdo. Incluso hubo uno que otros apoderados que se restaron de colaborar, pues para ellos esto era una fantasía condenada al fracaso. Además de personas, la Fundación sostenedora lidió con situaciones y exigencias administrativas que, a ratos, se convertían en escollos tan grandes, que parecían imposibles de vencer por voluntades humanas.
Quizás el mayor oponente fue la pandemia. La empresa constructora no podía trabajar a la velocidad deseada, escaseó el personal y los insumos, y en algún momento ocurrió lo que todos temían: un contagio. Eso obligó a interrumpir las faenas. Y aparte de esto, también los golpeó la incertidumbre económica. Nadie estaba preparado para una pandemia como aquella. Fue en esos momentos, cuando creyeron que tocarían fondo, cuando vieron desplegarse la mano de la Divina Providencia. Y junto a ella llegaron también los ayudantes en el viaje hacia «la cueva del dragón».
En el discurso de inauguración del nuevo edificio de enseñanza media, el padre Humberto dijo a los presentes: «Agradezco en primer lugar a los miembros del Directorio de la Fundación sostenedora del Colegio: a su presidente, Padre Patricio Cavour; y a los directores, Padre Marcelo Lorca, a los señores Adrián Contreras, Iván Balbontín y Marcelo Silva. Gracias por ayudarnos a sobrellevar la carga y entusiasmarse con esta obra. Todos deseamos ver concretados los frutos de este sueño. Sin embargo, un proyecto así requiere de conocimientos técnicos y competencias de las que nosotros carecemos. Por eso, nuestra gratitud a Roberto Urbina por la dedicación y pulcritud en la presentación y defensa del proyecto ante los distintos organismos y personas, que su naturaleza ha requerido.».
En segundo lugar, agradeció y reconoció el compromiso y generosidad de las Fundaciones Isabel Aninat, representada por don Enrique Alcalde; Fundación Emmanuel, en la persona de don Pablo Fuenzalida; Fundación San José, del Monasterio Trapense, dirigida por don Cristián Pinto, y finalmente, la Conferencia Episcopal Italiana.
En el camino hacia la enseñanza media, la Fundación sostenedora lidió con requerimientos jurídicos y técnicos que, a ratos, superaban sus fuerzas y posibilidades. Pero siempre encontró personas dispuestas a creer en este proyecto y en lo que estaba gestionando. Por eso, esta etapa de la historia agradece la colaboración del diputado don Diego Schalper, del señor Félix Sánchez, alcalde de la Comuna, así mismo de don Hemardo Sánchez y demás señores y señoras concejales. De igual modo, saludamos agradecidos a don Felipe Muñoz, entonces Seremi de Educación, y a la sra. Soledad Padilla, coordinadora de la Unidad de Reconocimiento Oficial.
Todos ellos fueron el aliento necesario en los días aciagos, cuando la fe se venía a tierra.
Por último, agradecemos al equipo directivo del colegio, en particular a don Ariel Sánchez Torres, vicerrector, y a la srta. Claudia Aravena, secretaria general, a los estudiantes y familias que han creído y acompañado nuestra gestión. En la ocasión, el rector les dijo: «Ustedes son piedras vivas con las cuales y en las cuales el Señor construye su Iglesia en este rincón de la Región de O’Higgins. El otro edificio, el que ahora tenemos ante nuestros ojos, es, en su diseño y ejecución, obra de Juan Pablo Cerda y Francisco Aránguiz. Gracias también a ustedes por el compromiso irrestricto con la comunidad. La arquitectura no es lo esencial en el proceso educativo, pero sin lugar a dudas contribuye a dignificar a sus actores. Y de esta manera se convierte en un medio de incalculable valor.».
En esta historia hubo dos momentos de especial significación y alegría. El primero, cuando el rector, padre Humberto Palma, recibió el oficio autorizando el primer año de enseñanza media, y los apoderados pudieron matricular a sus hijos e hijas luego de meses de incertidumbre, y no sin antes haber dormido a las puertas del colegio para asegurar un cupo. Eso ocurrió el jueves 20 de febrero de 2020. El segundo momento tuvo lugar el año 2021, el lunes 26 de julio. Ese día comenzamos a hacer uso de esta nueva casa, el Edificio San Pablo.
No podemos concluir este capítulo de la historia sin reconocer el apoyo irrestricto de nuestros pastores. Iniciamos con monseñor Alejandro Goic. El relevo lo tomó don Fernando Ramos y luego monseñor Juan Ignacio González, para concluir con nuestro actual obispo diocesano, monseñor Guillermo Vera Soto.
El Edificio San Pablo fue inaugurado y bendecido el viernes 26 de noviembre de 2021.
En la actualidad, el colegio cuenta con una matrícula de 530 estudiantes, desde Pre-Kínder a Cuarto Medio. En diciembre de 2023 egresó la primera promoción de enseñanza media. En nombre de Cristo y confiados en la intercesión de San Pablo, seguimos «remando mar adentro».