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Vida y obrade San Pablo

Amada Sofia Garcia


Iniciamos el conocimiento de una de las figuras más fascinantes del Nuevo Testamento, y del que además poseemos abundante fundamentación histórica. Es fascinante porque su vida lo es. El giro que da su historia —el antes y el después de su encuentro con Cristo— es una auténtica síntesis de lo que entendemos por conversión (metánoia: cambio de vida, giro en trescientos sesenta grados). Además está llena de relatos anecdóticos que parecen sacados de una novela: la caída del caballo que marca su paso al cristianismo, sus viajes y tormentos, las luchas que sostiene con las comunidades y los hermanos judíos (de su propia raza), que se alzan como los más duros oponentes. Todo eso, y hasta su muerte en Roma a manos de un gladiador, hace de él una figura paradigmática: el Apóstol de los gentiles (de los paganos, aquellos que no eran judíos). Y si conocemos tanto de él es precisamente por el registro de sus obras: por las cartas que escribió, por el testimonio de otros escritores (como Lucas) y las Iglesias que fundó. Pero si hay algo que también nos maravilla es su teología, su pensamiento, el conocimiento profundo que tiene de Cristo. Gracias a él, hoy los cristianos tenemos una riquísima herencia espiritual. Repasamos aquí los principales hechos de su vida y lo medular de su pensamiento y espiritualidad.

De origen judío. San Pablo nace en Tarso alrededor del año 5 d. C. Y es judío de raza y religión, pero no como cualquiera, sino totalmente convencido y orgulloso de ello (cf. Gal 1, 13-14; Flp 3, 5-6). Por su origen, recibió el nombre hebreo de Shaul (Saulo), pero también el grecorromano de Pablo, que es al parecer el que más le gusta, pues en sus cartas siempre firma como Pablo.

Su familia es de origen fariseo, y por lo tanto Pablo es educado en esa fe. Recordemos que en tiempos de Jesús los fariseos forman uno de los grupos religiosos que conducían los destinos de la nación, quizás el más influyente.

Aproximadamente a lo quince años, como era común en esa época, Pablo es enviado a Jerusalén a estudiar con un famoso rabino (un maestro de la Ley), de nombre Gamaliel el Viejo (cf. Hecho 22,3). Con él logró un profundo conocimiento del judaísmo y de las Sagradas escrituras.

Influencia griega. Como dijimos, Pablo nace en Tarso, que en ese entonces era la capital de la provincia romana de Cilicia, al sur oriente de la actual Turquía. Pero no solo eso, Tarso se desarrolló como un notable centro cultural. El arte, las ciencias y la filosofía local competían con las escuelas de Atenas y Alejandría. Ese mundo griego, rico en ideas y artes, influyó poderosamente en el pensamiento de Pablo. Él no asistió a ninguna escuela griega, pero vivió en ese ambiente durante su niñez y adolescencia. Esta influencia se nota en el manejo que tiene de la lengua griega, que hablaba y escribía a la perfección. Sus cartas dan testimonio de ello.

Vocación al cristianismo. Es probable que hacia el año 35 d. C. Pablo haya vivido una experiencia de conversión que lo transformaría en el magnífico Apóstol que conocemos hoy. El Libro de los Hechos (9, 1-19) relata un misterioso encuentro con el Nazareno (con Jesús resucitado), a cuyos discípulos había perseguido hasta entonces con un celo feroz (cf. Gal 1, 13-14). Después de eso Pablo quedó absolutamente enamorado de Cristo, a tal punto que llegará a escribir: «(…) ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Desde entonces dedicó el resto de su vida a anunciar a Jesús.

Los viajes de San Pablo

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Las Comunidades Paulinas

San Pablo fue uno de los más grandes misioneros que ha conocido la Iglesia, desde los orígenes hasta nuestros días. De hecho, recorrió incontables caminos, cruzó mares y océanos, pasó peripecias y sufrió incontables veces de hambre, frío, persecuciones, azotes, cárceles, persecuciones y, finalmente, la muerte. Todo por amor a Cristo y con un único objetivo: anunciar a Cristo. Con este fin, además de predicar, fundó, varias comunidades cristianas. Algunas de ellas se establecieron en importantes ciudades del imperio romano. Por ejemplo: Corinto, Tesalónica, Filipos, ciudades de la región gálata.

¿Cómo eran estas comunidades cristianas, a las que San Pablo dedicó buena parte de su vida y dirigió sus reconocidas Cartas? Ahora te lo contamos.

En general son comunidades establecidas en el mundo griego. Lo positivo de eso es se trata de un mundo con grandes horizontes culturales y ricas en oportunidades de desarrollo para sus habitantes. Para entenderlo mejor, digamos que es semejante a vivir hoy en grandes centros urbanos, con universidades, tiendas comerciales, industrias, desarrollo tecnológico y una próspera economía. Pero lo negativo es que los cristianos allí debían convivir con personas que tenían gustos y costumbres contrarias a las enseñanza de Jesús. Algunos solo querían pasarlo bien, de fiesta en fiesta; otros adoraban a divinidades que, para los cristianos, solo eran ídolos, como animales o personas. Sus fiestas religiosas también eran extrañas, a veces chocantes, porque incluían ritos que mas bien parecían carnavales, semejantes al de Río de Janeiro en la actualidad. Por esa razón San Pablo debía estar llamando continuamente la atención a los cristianos de esas comunidades.

La mayoría de ellas se ubicaba en la región costera del Mediterráneo (Asia Menor, Grecia e Italia). Todo eso era territorio del imperio romano. Esta ubicación geográfica permitiría una fluida comunicación entre las comunidades. Así se favorecía el contacto y diálogo entre los discípulos de San Pablo. De ese modo podían fortalecer la fe unos con otros. Recordemos que son personas que recién han escuchado hablar de Jesús, y han creído en él. Por eso necesitan fortalecer sus creencias ya clores, para no volver atrás, a sus antiguas costumbres.

Son comunidades establecidas en centros urbanos. Podemos decir, entonces, que fue San Pablo quien llevó el cristianismo hacia las grandes ciudades del Imperio. Esta decisión fue de suma importancia para la extensión y desarrollo del cristianismo. No solo se convierten a Cristo gente sencilla, del campo, sino también personas importantes e influyentes: profesores, autoridades, jueces, nobles, soldados. Todos ellos viven y trabajan en las grandes ciudades.

El lugar común donde se reúnen estos primeros cristianos es la casa. Hoy tenemos parroquias, colegios católicos, templos, capillas o iglesias donde nos reunimos los cristianos para celebrar la fe. En esos primeros tiempos se juntan en sus propias casas, a veces escondidos por temor a las persecuciones, compartiendo sus bienes. Pero también sufren y viven lo que todo ser humano: discusiones, miedos, ambiciones, traiciones, frustraciones. San Pablo deberá estar llamándoles continuamente a corregir sus malas conductas, y animándoles a perseverar, a seguir adelante en esa nueva fe.

Las personas que componen estas comunidades tienen distintas culturas, son de razas distintas también (pro ejemplo, algunos son judíos, otros romanos o griegos), ven la vida de modos muy distintos porque fueron educados de maneras diferentes. Eso hace que en algunas ocasiones les cueste ponerse de acuerdo, y la convivencia se vuelva difícil. Pablo debió aceptar y valorar sus diferencias, les enseñó a respetarse y quererse como hermanos diferentes, pero les dijo que, por encima de sus diferencias, lo más importante es el amor que se tienen unos a otros (lee por ejemplo: 1 Tes 1,3). En la primera carta que escribió a la Comunidad de Corinto, en el capítulo 13 les dijo: «Si no tengo amor, no soy nada». Y eso dio muy buen resultado. Aprendieron a quererse, a preocuparse unos por otros, a mirarse como un único cuerpo con muchos miembros. La cabeza de ese cuerpo es Cristo. El cuerpo es la Iglesia (cf. 1Co 12). Así también nosotros hoy en día. Somos diversos, con debilidades y pecados. Pero ante todo, discípulos de Pablo que se esfuerzan por amarse, entenderse y respetarse para ser la Familia paulina del Colegio Amada Sofía.

Te dejamos este video para que conozcas la ciudad en donde existió una importante comunidad cristiana fundada por San Pablo: Efeso.

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Los viajes de San Pablo

EL APOSTOL DELOS GENTILES

Junto a Bernabé, San Pablo inició desde Antioquía el primero de sus viajes misioneros, que lo llevó en el año 46 a Chipre y luego a diversas localidades del Asia Menor. En Chipre, donde obtuvieron los primeros frutos de su trabajo, abandonó Saulo definitivamente su nombre hebreo para adoptar el nombre latino de Paulus (Pablo). Su ciudadanía romana le sirvió para el desarrollo de la misión que el apóstol se proponía llevar a cabo en los ambientes gentiles ( es decir, en aquellas regiones que no eran judías). En adelante, sería él quien llevaría la palabra del Evangelio al mundo pagano; con Pablo el mensaje de Jesús saldría de Palestina, para convertirse en universal.

A lo largo de su predicación San Pablo iba presentándose sucesivamente en las sinagogas de las diversas comunidades judaicas; pero esta presentación terminaba casi siempre en un fracaso. Bien pocos fueron los hebreos que abrazaron el cristianismo por obra suya. Mucho más eficaz caía su palabra entre los gentiles y entre los indiferentes que nada sabían de la religión monoteísta de los Hebreos. En este primer viaje recorrió, además de Chipre, algunas regiones apartadas del Asia Menor. Creó centros cristianos en Perge (Panfília), en Antioquía de Pysidia, en Listra, Iconio y Derbe de Licaonia. El éxito fue notable; pero también fueron numerosas las dificultades. En Listra escapó de la muerte solo porque sus lapidadores creyeron erróneamente que ya había muerto.

El segundo viaje evangélico (50-53) comprendió la visita a las comunidades cristianas de Anatolia, fundadas unos años antes; luego fue recorriendo parte de la Galatia propiamente dicha, visitó algunas ciudades del Asia proconsular y marchó después a Macedonia y Acaya. La evangelización se hizo particularmente patente en Filipos, Tesalónica, Berea y Corinto. También Atenas fue visitada por San Pablo, quien pronunció allí el famoso discurso del Areópago, en el que combatió la filosofía estoica. El resultado, desde el punto de vista evangelizador, fue más bien pobre. Durante su estancia en Corinto, donde estuvo en contacto con el gobernador de la provincia, Gallón (hermano de Séneca), inició al parecer San Pablo su actividad como escritor, enviando la primera y segunda Epístola a los Tesalonicenses, en las que ilustra a los fieles acerca de la Parusía o segunda venida de Cristo y de la resurrección de la carne.

El tercer viaje (53-54-58) se inició con la visita a las comunidades del Asia Menor y continuó también por Macedonia y Acaya, donde San Pablo Apóstol estuvo tres meses. Pero como centro principal fue escogida la gran ciudad de Éfeso. Allí permaneció durante casi tres años, trabajando con un grupo de colaboradores en la ciudad y su región, especialmente en las localidades del valle del Lico. Fue un apostolado muy provechoso, pero también lleno de fatigas para San Pablo: culminaron éstas con el tumulto de Éfeso, provocado por Demetrio, representante de los numerosos comerciantes que explotaban la venta de las estatuillas-recuerdo de Artemisa. San Pablo, refiriéndose a un episodio anterior, habla de una lucha con las fieras; es casi seguro que la expresión es metafórica, pero convergen muchos indicios en favor de la hipótesis de una auténtica prisión.

Desde Éfeso escribió la primera Epístola a los Corintios, en la que se transparentan muy bien las dificultades encontradas por el cristianismo en un ambiente licencioso y frívolo como era el de la ciudad del Istmo. Probablemente se sitúa en la misma ciudad la redacción de la Epístola a los Gálatas y la Epístola a los Filipenses, en tanto que la segunda Epístola a los Corintios fue escrita poco después en Macedonia. Desde Corinto envió el Apóstol la importante Epístola a los Romanos, en la que trata a fondo la relación entre la fe y las obras respecto a la salvación. Con ello pretendía preparar su próxima visita a la capital del imperio.

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